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1 En el trigésimo año después de la ruina de la ciudad, yo, Salatiel, llamado también Esdras, estaba en Babilonia, y estaba turbado en mi lecho, y mis pensamientos subían sobre mi corazón, 2 porque veía la desolación de Sión y la riqueza de los que vivían en Babilonia. 3 Mi espíritu estaba muy agitado, de modo que empecé a pronunciar palabras llenas de temor al Altísimo, y dije: 4 “Oh, Señor soberano, ¿no hablaste al principio, cuando formaste la tierra — y eso tú solo — y ordenaste al polvo 5 y éste te dio a Adán, un cuerpo sin alma? Sin embargo, era obra de tus manos, y le insuflaste aliento de vida, y fue vivificado en tu presencia. 6 Lo condujiste al jardín que tu mano derecha plantó antes de que apareciera la tierra. 7 Le diste tu único mandamiento, que él transgredió, e inmediatamente señalaste la muerte para él y su descendencia. De él nacieron naciones, tribus, pueblos y familias sin número. 8 Cada nación caminó según su propia voluntad, hizo cosas impías ante tus ojos y despreció tus mandamientos, y tú no se lo impediste. 9 Sin embargo, de nuevo en el proceso del tiempo, trajiste el diluvio sobre los que vivían en el mundo y los destruiste. 10 Lo mismo les sucedió a ellos. Así como a Adán le llegó la muerte, a éstos les llegó el diluvio. 11 Sin embargo, dejaste a uno de ellos, Noé, con su familia, y a todos los hombres justos que descendieron de él.
12 “Sucedió que cuando los que vivían en la tierra comenzaron a multiplicarse, también multiplicaron los hijos, los pueblos y muchas naciones, y volvieron a ser más impíos que sus antepasados. 13 Sucedió que, cuando hicieron la maldad ante ti, elegiste a uno de entre ellos, cuyo nombre era Abraham. 14 Amaste, y sólo a él le mostraste el final de los tiempos en secreto y de noche, 15 e hiciste con él un pacto eterno, prometiéndole que nunca abandonarías a su descendencia. A él le diste a Isaac, y a Isaac le diste a Jacob y a Esaú. 16 Separaste a Jacob para ti, pero rechazaste a Esaú. Jacob se convirtió en una gran multitud. 17 Cuando sacaste a sus descendientes de Egipto, los hiciste subir al monte Sinaí. 18 También inclinaste los cielos, hiciste temblar la tierra, conmoviste al mundo entero, hiciste temblar las profundidades y perturbaste la era. 19 Tu gloria atravesó cuatro puertas, la del fuego, la del terremoto, la del viento y la del hielo, para dar la ley a los descendientes de Jacob y el mandamiento a los descendientes de Israel.
20 “Sin embargo, no les quitaste su corazón perverso para que tu ley diera fruto en ellos. 21 Porque el primer Adán, cargado de un corazón perverso, transgredió y fue vencido, al igual que todos los que descienden de él. 22 Así la enfermedad se hizo permanente. La ley estaba en el corazón del pueblo junto con la maldad de la raíz. Así que el bien se fue y lo que era malvado permaneció. 23 Así pasaron los tiempos y se acabaron los años. Entonces levantaste a un siervo, llamado David, 24 a quien mandaste construir una ciudad a tu nombre, y ofrecerte en ella holocaustos de lo que es tuyo. 25 Cuando esto se hizo durante muchos años, entonces los que habitaban la ciudad hicieron lo malo, 26 en todo haciendo lo mismo que había hecho Adán y todas sus generaciones, pues también ellos tenían un corazón perverso. 27 Así que entregaron su ciudad en manos de sus enemigos.
28 “Entonces dije en mi corazón: ‘¿Son mejores las obras de los que habitan en Babilonia? ¿Es por eso que obtuvo el dominio sobre Sión?’ 29 Porque cuando llegué aquí, también vi impiedades sin número, y mi alma vio a muchos pecadores en este trigésimo año, de modo que mi corazón desfalleció. 30 Porque he visto cómo los soportas pecando, y has perdonado a los que actúan impíamente, y has destruido a tu pueblo, y has preservado a tus enemigos; 31 y no has mostrado cómo se puede comprender tu camino. ¿Acaso las obras de Babilonia son mejores que las de Sión? 32 ¿O hay otra nación que te conozca además de Israel? ¿O qué tribus han creído tanto en tus pactos como estas tribus de Jacob? 33 Sin embargo, su recompensa no aparece, y su trabajo no tiene fruto, pues he ido de aquí para allá por las naciones, y veo que abundan en riquezas, y no piensan en tus mandamientos. 34 Pesa, pues, ahora nuestras iniquidades en la balanza, y también las de ellos que habitan en el mundo, y así se hallará hacia dónde se inclina la balanza. 35 ¿O cuándo no han pecado ante ti los que habitan en la tierra? ¿O qué nación ha guardado tan bien tus mandamientos? 36 Encontrarás algunos hombres por su nombre que han guardado tus preceptos, pero no encontrarás naciones.”
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